¡Abajo el presidente!, gritó el hombre y cerró los ojos, fuertemente, tal vez para no ver la muerte, o intentando mitigar el mínimo instante de dolor. Pero no sintió el impacto y pensó que quizás su percepción había estado errada, que el hecho, después de todo, no tenía nada de relevante, que la muerte era algo demasiado sencillo e indefinido, que ya estaba muerto. Abrió los ojos intentando descubrir cómo o qué era la muerte, pero solo divisó la misma escena. Los soldados permanecían alineados, con sus fusiles contra el hombro y apuntándole directamente, solo que ahora las balas eran visibles, unos pequeños puntos en el trayecto entre ellos y su cuerpo, casi detenidas en el tiempo, como si pretendieran no llegar nunca a su destino. Entonces el hombre recordó, dentro de aquel tiempo aletargado, a Peyton Farquhar cayendo desde el puente del riachuelo del búho, y a Jaromir Hladík contra la blanca pared del cuartel junto al río Moldau, esperando la descarga que le traería la muerte, y se dijo que no, que esta vez el milagro no sería inútil, e intentó correr, evadir las balas del pelotón de fusilamiento que se acercaban lenta, muy lentamente, a su cuerpo. Pero el intento fue inútil, las balas seguían su curso inexorable; él las pudo ver, aguzadas y perfectas cortando el aire, mientras los soldados retrocedían involuntariamente, impelidos por el recular de las armas, y su propio cuerpo se volvía inútil y ajeno.
Una gota cayó de la barbilla del oficial que estaba a cargo de la ejecución y una mosca pasó antojadiza ante su cara, ajena al peligro, ignorante frente a aquella escena, ante el intento inútil del condenado por evadir su destino y de las balas que avanzaban lentas pero decididas hacia su objetivo.
Entonces el hombre pudo ver cómo los pequeños objetos cónicos se acercaban a su cuerpo, y pudo ver también sus músculos contrayéndose, como si intentaran crear una coraza contra semejante destino, aún consciente de que al destino no puede interponerse coraza alguna, y ver cómo toda aquella metralla impactaba contra su cuerpo y seguía de largo sin lastimarlo, sin inferirle apenas el más mínimo rasguño, e ir a impactarse allá, mucho más allá, contra la historia.
Cuento tomado del libro La fórmula de Drake (Ediciones Deslinde, madrid, 2021). Premio Deslinde, 2021.
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