Poesía | “El extrangero”, un texto de José Luis García
Él moraba en el principio
y principio no tenía
San Juan de la Cruz
Una cruz de vigas de madera, en llamas,
alumbra la barraca de adobe y caña
donde, sentadas alrededor de una mesa,
dos mujeres escuchan el susurro de sus voces
vibrar entre las manos apretadas.
La noche abre sus fauces con parsimonia
alimentando de carbón las redes carceleras,
las piedras que sostienen la fe de las murallas
y la luna que los peces muerden
con la rabia del intento fallido.
La vida naufraga en cada giro. Pero la cruz
alza su temblor más allá de la niebla espesa,
eleva sus crines de fuego, la frontera de humo
por donde la fe busca las cañadas del pecho
y la sangre agota su legión de locura.
Entre las rocas se atrincheran los hijos de las barcas,
roncos de imitar a un mar de luto, evocando
a las sopranos de las sombras ciegas
con una valentía que iguala en azufre
a los crespúsculos. Todavía
se escucha el rumor de las tabernas.
El vino peleón
da fuerzas a las palabras de quien no posee
más que palabras para pasar la noche.
Sobre el estrecho camino embarrado resalta
el relieve tosco de unas ruedas de carro. La luna
persigue la muerte como un gran cíclope. Nadie
pregunta a nadie por quién arde la cruz, qué razón
susurran los tueros encendidos, cómo la carne
presiente que dormirá con alma azul de hielo.
Quizá las gaviotas despierten
alertadas por el roce de las sandalias
y la tos del extranjero que huye.
En la colina doce ángeles carboneros
recogen los tizones todavía humeantes,
las palabras calcinadas que el viento avienta
y hallan en la piel la respuesta del eco interior,
la señal de quien regresará
con la furia que el mar escribe en cada roca,
con la sal del sacrificio.
Sin embargo, sobre un jergón,
Lázaro duerme.
“El extrangero”, un texto de José Luis García, de su libro
El ángel en la penumbra (Ediciones Deslinde, Madrid, 2021).
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