Prólogo | “Unas palabras”, de Ángela Reyes
Me resulta placentero y, al mismo tiempo, penoso tener que colaborar en la edición de esta antología poética de Juan Ruiz de Torres. Placentero porque nada me reconforta más que el hecho de ponerme a revisar sus poemarios y elegir los poemas que vayan a formar esta antología. Y tristeza porque, debido a los muchos años que conviví con él, cada uno de sus libros me trae a la memoria las muchas charlas que los dos manteníamos durante el periodo de gestación y de cada uno de ellos. Pero esto es así. Esto suele ocurrir en las parejas que han compartido el camino de la vida y, además de ello, compartieron también proyectos culturales de diversas índoles, organizaron eventos, algunos de ellos de mucho trabajo y ambos sintieron el mimo amor por la palabra escrita.
Esta antología representa al hombre que, durante casi toda su vida, trabajó para la poesía de los demás al crear los Ateneos de Cali y de Atenas; al crear y dirigir durante 23 años el premio de poesía de Villanueva de la Cañada; al fundar en Madrid la Asociación Prometeo de Poesía con su Taller poético, sus Ferias y Bienales de la poesía, y sus revistas literarias Cuadernos de Poesía Nueva, Valor de la Palabra, La Pájara Pinta: tres ventanas abiertas para los poetas de obra hecha y para aquellos otros de reciente aparición, tantos españoles como americanos. Como dijera el poeta y amigo Alfredo Villaverde, un día de 2014 cuando en el Ateneo de Madrid se celebraba el acto en homenaje a Juan Ruiz de Torres: “He aquí al hombre con su bagaje de vida, con sus versos, sus narraciones […] con su laboriosidad, su culto y su desvelo por la poesía, su quehacer incansable y generoso.” Y como también dijera el poeta de Talavera de la Reina, Joaquín Benito de Lucas, hoy ya ausente: “Su figura, dentro de la poesía actual ha sido, es y será inolvidable, no solo por su obra, sino también por el generoso y continuado magisterio que ha prestado a la poesía española”.
Juan Ruiz de Torres ha dejado una obra poética muy variada al escribir sobre el Hombre, sobre Dios, la Muerte, la Mujer, mucho sobre la Soledad y el paso del Tiempo. Pero variada también porque cada libro que publicaba era diferente al anterior, debido al gusto que sentía de ahondar en las raíces de los diferentes estilos versales. Fue un gran amigo del Soneto, un enamorado de la Décima y del Dístico. Y fue el creador de la Decilira: una composición poética que lleva los componentes de la Décima y de la Lira. Algunas de ellas aparecen recogidas en esta antología con el título “Sensaciones”.
Según dejara escrito en varios de sus libros, su poesía recibió el impacto de los poetas americanos Vicente Huidobro y, sobre todo, de César Vallejo. No había para él mejor poema que el titulado “Masa”, sin olvidarse de su etapa helénica en la que se sintió atrapado por el verso del griego Yannis Ritsos. Solo los amigos más íntimos conocen su faceta de humor, estilo al que le dedicó bastantes plaquetas de corta tirada y distribuida solo a conocidos. En cuanto al “cadáver”, esto es, poemas escritos entre varios poetas, pueden dar fe los poetas Enrique Gracia Trinidad, Alfredo Villaverde y Ángela Reyes de los buenos momentos que juntos pasaron elaborando versos a varias manos y ante un café.
Un personaje clave en la obra poética de Ruiz de Torres fue el japonés Fumío Haruyama. Apareció en 1982 para acompañar con sus dísticos los poemas del libro Crisantemo y seguiría apareciendo en muchos de sus poemarios, llegando a escribir con este heterónimo el poemario El jardín de las horas y la novela País con islas. Incluso, Haruyama le prologó el poemario El bosque del tiempo, todo ello tras inventarle al japonés una patria, unos estudios y una profesión. Tuvieron que pasar algunos años para que se descubriera que el personaje era de ficción.
De su incansable faceta creativa yo destacaría el Taller de poesía por la labor tan importante que él llevó a cabo durante 15 años y desinteresadamente. En aquel taller, que solía estar ubicado en los bajos silenciosos y oscuros de cualquier cafetería madrileña (Lyón, Manila, Delfos, Bentaiga), todas ellas ya desaparecidas, nos reuníamos los jueves de 30 a 40 personas para oír la lectura y crítica de los poemas que allí se presentaban. Ruiz de Torres nunca dijo cómo había que hacer un poema, pero sí nos aconsejó huir del exceso de adjetivación, de los tópicos y los lugares comunes que suelen arrimarse al verso, cuando falla la inspiración. Qué buena labor hicieron también en estos talleres los poetas Luis Jiménez Martos, José G. Manrique de Lara, Leopoldo de Luis, el mexicano Hugo Gutiérrez Vega, el chileno Alberto Baeza Flores, el argentino Horacio Salas con sus charlas y consejos. De Luis Rosales recuerdo la tarde que dijo: “un buen verso puede salvar un mal poema”. Qué necesarias fueron las clases de voz que impartió Pepa de Castañer, una de las personas que mejor leía el verso en aquellos años en Madrid. Qué buenas amistades surgieron de esos talleres poéticos, algunas de ellas ni siquiera el paso del tiempo ha podido borrar.
Me he permitido organizar esta Antología en sentido inverso a como suele hacerse. Se inicia con el último poemario que Ruiz de Torres publicó en 2013, Acogida, y termina con La luz y la sombra de 1958; el poemario de su juventud. Y no sé si he sabido elegir los mejores poemas, pero sí sé que son aquellos que más le representaron.
Esta antología se ha hecho por encargo de Fredo Arias de la Canal, por lo que lleva el sello del Frente de Afirmación Hispanista de México. Mi agradecimiento nunca será suficiente. Como agradezco también a mis amigos Ileana Álvarez y Francis Sánchez, editores de Deslinde, su trabajo tan bien hecho.
Y gracias a ti, amigo desconocido, por si un día te detienes y lees un poema de esta antología.
Prólogo al libro Versos de mi silencio (Ediciones Deslinde, Madrid, 2022), de Juan Ruiz de Torres, por la escritora española Ángela Reyes.
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