Juana Rosa Pita: “Mi patria es la poesía”
¿Por qué el título Imaginando la verdad? Si me permites, creo que hay una tensión a lo largo del libro, entre una búsqueda de conocimientos cuyo paradigma es la ciencia, y otra visión más intransferible, dada por las intuiciones y el mundo onírico.
Porque imaginar es imprescindible para orientarnos en la realidad. Y la belleza es el indicador más confiable de que vamos por el buen camino, es decir, por el de la verdad, en nuestro imaginar con posibilidad de acierto. En el caso del poeta no se trata como en el caso del físico de intuir o descubrir las leyes del universo material (sean átomos o galaxias), sino la dinámica espiritual (relacional y moral) que atañe al corazón humano. Ambas invisibles. Esto me recuerda una entrevista a Federico Fellini en que le escuché decir: “Nada se sabe, todo se imagina”. Esa tensión en la vida y el arte propicia los hallazgos, por supuesto. Y siempre se renueva, como la realidad misma, si se propicia la precisión imaginaria, escribe Giovanni Vignale en su libro de física teórica The Beautiful Invisible: puente de nuestro encuentro.
¿En qué período escribiste este libro, y cómo lo ubicarías dentro de tu extensa obra?
Lo escribí entre octubre de 2017 y febrero de 2019. Debo decir que casi todo paralelamente con otro poemario que curiosamente inicié y cerré tres meses antes que este. Se titula “La quinta estación/ (Adivinanzas y motetes)”, lo que no deja de ser significativo. Están profundamente relacionados entre sí y ambos a los tres precedentes, con quienes vienen conformando la aventura espiritual (vital y poética) los “Trabajos de armonía”, en proceso desde la primavera del 2015. Tal vez El arca de los sueños (1978) se relacione con estos cinco poemarios, y los que Dios mediante vengan, como la semilla con su árbol ya crecido, que en ella se prefigura como destino que espera tiempo y vida para realizarse. Y, por cierto, “Imaginar la verdad” pensaba titular mi prosa selecta. Ahora me inclino por “Memorias del poetariado”.
“La clave de la realidad está en el sueño”, afirmas en uno de los poemas tal vez más originales de este libro. En otro texto, te preguntas: “¿será que el espejismo es lo real?” Te pregunto, ¿sueñas mucho, “crees” en los sueños?
Bueno yo solo creo en lo imposible, vale decir, en una verdad de fe que es incognoscible: el Padre eterno se tradujo a la escena temporal cuando encarnó su Palabra en carne y sangre. En cuanto a los sueños, son sucesos dados en la realidad interior de cada uno con mayor o menor frecuencia y significación, según el caso. Creo erróneo hacer reduccionismos; algo que comprendió bien Leonardo Da Vinci hace cinco siglos; porque hay sueños que derivan su autoridad de que entran en la memoria como solo lo hacen experiencias altamente conmovedoras de la vigilia, a tal punto que si, años después, se realizan, resultan irrefutables. Los más son cortos de relleno, como los que daban en el cine antes de la película. Además, en mis versos la palabra “sueño” denota más bien deseo y aspiración que se cultiva en la vigilia.
Italia, y en sentido general la cultura grecolatina, sus mitos, sus clásicos, son una constante en tu obra. Tales resonancias persisten en el libroImaginando la verdad. Esta influencia, ¿empezó después que llegaste a vivir en Italia? “Soy una isleña” dices, con orgullo. ¿Qué es lo que más puede fascinarte, de ese canon occidental, como isleña oriunda del Caribe?
No estoy orgullosa sino consciente de ser isleña, en vez de continental. El Caribe es en todo caso el Mare Nostrum, y culturalmente el canon occidental es el nuestro. En la Universidad de La Habana estudié latín y griego en 1959 y 1960, aunque La Odisea logré leerla solo 20 años más tarde. Italia es la patria de las afinidades electivas; algo que dio señales desde la infancia gracias a los amigos ítalo-cubanos de mis padres, al amor de mi padre por la ópera y mi descubrimiento del neorrealismo en el cine La Rampa y otros. Pero fue “abrir una ventana que da al agua” en Venecia (1973) lo que me hizo respirar “a través de los tiempos” y como consecuencia entrar en poesía. Por la puerta de Pisa entró luego en Italia mi obra en 1985. Y al albor del siglo XXI comencé a escribir en ambas lenguas. Italia o la realidad de la belleza.
En ese sentido, ¿has dudado alguna vez de que tu patria sea —recordando a Octavio Paz— el idioma castellano? Comunicarte, y escribir incluso poesía, en otros idiomas, ¿te ha hecho más consciente de tu lengua materna?
No lo he dudado porque en el idioma de Cervantes me expreso desde que tengo memoria. Y aunque una vez dije que, en cierto sentido, mi patria es la poesía, o más precisamente la lengua poética; cuyo corazón abstracto es intemporal, políglota y por ende capaz de viajar por sobre las barreras idiomáticas; fue para volver a estar inmersa en mi idioma, que apenas pude dejar de trabajar en Virginia, donde con mi familia residí más de 12 años, entré a hacer mi doctorado en Lenguas Hispánicas. Por entonces nacieron mis primeros poemas y luego la aventura de Ediciones Solar. En cuanto a soñar lo hago mayormente sin palabras, aunque se me ha dado a veces escuchar alguna frase en voz querida o verla como en letrero de película silente —pienso en Él séptimo cielo (1927), joya del cine silente—, y hasta algún que otro verso.
Emigraste muy al principio de la revolución. ¿Cómo, y por qué, saliste de Cuba? ¿Has vuelto?
Esa historia pertenece a mi demasiado locuaz tradición oral… Te adelanto que salí en un Iberia el 20 de junio de 1961 con la primera de mis tres hijos, que apenas tenía 4 meses. Mi esposo estaba asilado en la Embajada de Brasil con otros compañeros universitarios, y di varios paseos con ella en brazos por entre milicianos con metralleta para que la viera antes de partir. No hay aquí espacio para las vicisitudes de tres meses en Madrid hasta abordar en Cádiz el paquebote Guadalupe que en 9 días nos llevó a New York. Volví dos veces por 15 días cada vez, en el 2000 y el 2001: Alexander Pérez-Heredia ha recogido en mi Antología poética recién aparecida en Verbum algunos poemas escritos luego. Quiso incluir otro titulado “En casa de Rafael Alcides”, pero le pedí dejarlo fuera: siento que aún me quedan en él cosas por quitar.
Tu relación epistolar con Ángel Cuadra desde el exilio, y el hecho de que te convirtieras para este poeta, preso en la isla, en una posibilidad de trascender la oscuridad y la soledad de la cárcel, quizás sea uno de los episodios más admirables de la poesía cubana sometida a prisión, puesta “a morir en lo oscuro”. ¿Habías conocido a Cuadra antes de tú salir de Cuba? ¿Cómo resumes vuestra relación? He leído que Cuadra fue llevado a la cárcel por segunda vez, entre otros motivos, por la publicación de su poesía en las Ediciones Solar que tú habías fundado.
Dejo a Enrique Labrador Ruiz resumir nuestra azarosa relación epistolar durante 9 años: “Tú lo has ayudado a sufrir” —me dijo cuando por fin AC pudo salir de la Isla. La poesía fue mi aliada, la respuesta natural de mi espíritu a su petición o “encargo”. Ayudar a sufrir es un doloroso privilegio que agradezco, y que dio frutos perdurables: ahí están mi Mar entre rejas y sus Poemas en correspondencia. Espanta que la poesía figure entre “otros motivos” para su segundo encarcelamiento. No lo conocí en persona, pero recuerdo en la adolescencia haber escuchado a mi tía Isabel hablando por teléfono en la sala de casa con el hermano de Tina Cuadra, mi maestra de piano (me daba manotazos si trataba de tocar a Mozart o a Chopin de oído), que a él en los setenta le serviría de puente para hacerme llegar sus frágiles papeles.
Sabemos que admiras mucho al pintor Rafael Soriano, considerado por algunos como el único místico de nuestras artes, ¿qué es lo que más te atrae de su obra?
Admiro el gesto poético de su íntima cosmicidad: su misterio cargado de sugerencias. He escrito varios textos sobre su pintura y en el más reciente lo llamo “Rafael de la luz”, porque en sus lienzos esta va adquiriendo un carácter protagónico en su estilo definitivo: lejos él ya de las seducciones del atardecer que disfrutaba de joven contemplando los colores cambiantes de las aguas en la Bahía de Matanzas. No sabía que Leonardo Da Vinci había anotado que todo pintor debía manchar los lienzos de negro, para ir haciendo visibles sus creaciones por virtud de la luz, como el sol las cosas del mundo. Pero lo intuyó y eso hacía. Con su mujer, Milagros, titulaba con esmero sus cuadros. A veces me pidieron ayuda y tuve el privilegio de bautizar algunos: “Trilogía submarina” y “Santuario de armonía”, que luego colgaron en mi sala.
Reinaldo Arenas prologó tu libro Viajes de Penélope (Miami, 1980). ¿Cómo fue tu relación con Arenas?
Fue muy solidaria. Nos encontramos en el verano del 80 en el velorio del padre de Vicente Echerri y me preguntó qué estaba escribiendo; al saberlo, a ciegas me pidió prologar el poemario. Estaba obsesionado con la espera de Isabel de Bobadilla en un castillo de la Isla mientras su marido, Ponce de León, estaba en sus andanzas floridanas. Venía casi todos los fines de semana a mi casa y desde un sillón escuchaba los nuevos poemas. Enviaba a sus conocidos la reseña que yo había escrito de Celestino antes del alba, “para que entendieran su novela”. En tres ocasiones me pidió (y le mandé) poemas para Mariel: sus cartas exudaban la admiración de un alma noble. Fue escritor de talento desbordante, crecientemente atormentado por el desengaño. Duele pensar en el suicidio de Reinaldo: en tanta soledad y desesperanza.
El símbolo de la isla es recurrente en tu poesía. A pesar de la condición mítica y universal de este topos, se advierte que, en tu persistente interés por un “cantar de isla”, hay una intensión de reelaborar, sintetizar muchos elementos identitarios que conducen a la historia de Cuba, a las metáforas y los ideales por los que ha transitado la visión de lo autóctono en la poesía cubana. ¿En qué radica para ti la fuerza de esa imagen de “madre isla”, en qué necesidades íntimas? Y, ¿cómo valoras el discurso nacionalista y folclorista que, aparte de incidir sobre la historia nacional, también ha vertebrado una parte considerable de la poesía cubana?
En realidad, no he intentado reelaborar elementos identitarios que conduzcan a la historia de Cuba. Cuando aparecen en mi poesía —y eso sobre todo en la primera mitad de estos 45 años de labor— es por una súbita conjunción de modo de ser, memoria, experiencia y cultura imantada en ciertos poemas. Y claro que todo discurso nacionalista es ajeno a mi sensibilidad. La fuerza de la imagen “madre isla” (“que estás venida a remos/ convertida en solar de pretendientes:/ infundiendo los viajes: / ¿quién guardará tus playas de naufragio?”, está en el tono entrañable de expresarle mi compasión por las aflicciones históricas que causan o padecen los suyos. Siendo yo un alma libre y de espíritu abierto, mi lengua poética ha sido desde el principio, a su modo, “futurista”, orientada al clasicismo de la esencia.
Volviendo al libro Imaginando la verdad, con que Ediciones Deslinde ha abierto su catálogo, tengo la sensación de que el lector digamos que natural de este libro, es intemporal, no está preso entre las coordenadas sociopolíticas que han delimitado los movimientos poéticos en Cuba desde 1959, ¿crees que sea así?
Creo absolutamente que es así y, sin embargo, o además, tengo para mí que la poesía es ella misma esa “amorosa llavera / de innumerables llaves” que invocó César Vallejo, y es por tanto capaz de liberar de todo lo que intente delimitarla desde fuera. Eso cuando las inquietudes y aspiraciones del poeta y sus posibles lectores son las que le hablan al hombre “sin importar edad o geografía”. Ha sido mi tendencia natural, reforzada, por mi formación y cercanía a personas de otras latitudes desde niña, expandida en el destierro y abrazada con entusiasmo como destino. Desconozco todo movimiento poético. Recuerdo lo que me escribió Pablo Antonio Cuadra en una lasca minúscula de madera. Fue en Caracas y en octubre de1981: “La soledad del poeta es/ la ALTURA/ imprescindible para que/ todas las voces/ sean escuchadas”.
Este entrevistador quisiera pedirte el favor de que explicases, a partir de tu experiencia, en qué consiste el arte de “entender no entendiendo”, como un amoroso alumno que espera algo muy revelador de alguien que ha vivido y cantado bien. Por eso, ante los versos “Entender no entendiendo puede / liberar de opresión de alma a otros”, pregunto: ¿y a sí misma Juana Rosa Pita se ha salvado, con la poesía, de qué opresiones?
La poesía es el lenguaje de la profundidad y en cuanto tal libera de la visión superficial de las cosas. Y no solo si viene a través de nosotros. También la poesía de otros a veces nos libera, o como dijo Borges: “las palabras de otro me dirán para siempre”. Sabe Dios en cuál de mis tantos libros aguarda ese “algo muy revelador” para ti. No me atrevo a intentar suplantarlo. He aprendido, sí, que tanto el dolor como la dicha fortalecen el alma. Lo único que puede oprimirla sin remedio es el mal que ella albergue; pero el mal no tiene cabida donde habita el amor y el perdón que lo repelen.Y puede oprimirla el miedo a expresarse, del que tuve la suerte de ponerme a salvo. Toda experiencia hondamente conmovedora es en parte inefable, y ese “entender no entendiendo” es algo para lo que me preparó San Juan de la Cruz en su Cántico.