Poesía | “Animal doméstico” y otros poemas de Rafael Vilches
Animal doméstico
Hay que cruzar el país,
asirse a la hora,
decir la palabra justa
y rasgar en la noche
tu nombre una y otra vez.
Amada, Dios en nosotros
Cómo se escribe un poema de amor
en tiempos donde el silencio se hace arena.
Y si canto, mi voz se incrusta en la noche.
Quiero llevar al alma un gladiolo.
Un espejismo es el pavo real en la calle Maceo,
su graznido no es tu voz,
es la magia del espejo en su plumaje
que nos devuelve una libertad fugitiva,
abandono su dolor y lo dejo en manos del mercader.
Miro en las profundidades del Tíber,
las aguas mansas reposan en tus ojos.
Trazas florecitas con las yemas de los dedos.
Así te amaré ante Dios
para que el fuego no consuma tu imagen.
Comeré en calma la fruta en las lluvias de julio
y que irrumpa la música en las noches
en que me invento el cielo.
Acaso contemplas esos puntos luminosos.
Nada espero de julio ni de mes alguno.
Este país está lejano como mi amor.
La noche avanza y voy hacia las profundidades
no siento latir el corazón,
el insomnio se adelanta y voy tras su cansada melodía.
Quién me dará la mano antes de dar el paso.
Me abandono y no encuentro refugio,
soy un enamorado que va al abismo
con una amapola para que la soledad no apresure el dolor.
Rompo el hilo para recobrarme en la estrella
donde necesito volverme hueso, miro a los hijos correr
y ahí se conjugan tu memoria y mi tristeza.
Las plumas del pavo real que por las calles oferta el usurero.
Testimonio
La falla telúrica respira con miedo.
Soy un hombre cobijado por la corrupción,
piedra donde el pecho sangra
y el zapato inventa un pasodoble.
La casa que perdí está en el polvo del camino.
Acércate, alma mía,
convérsame,
no hagas de mi sangre el sacrificio o el enaltecimiento.
Que salten los soles que arrastro.
Sane mi llaga con tu herida.
Canción para permanecer
No sé cómo bajarme de tus ojos.
Tengo apetencia por compartir tu mesa,
repatriarte en mis brazos.
Los hijos alboroten la casa.
Fiesta tu hambre, lluvia, altar,
tu nudo y el mío.
Bajo el manzano
Estoy en el Jardín bajo el Árbol Prohibido,
el aire se esconde,
no sé por qué no acudes,
me estremezco mirando la desnudez del Árbol
y quedo prisionero de tus voces.
Busco reflejarme
Toco las cosas para sentir su textura,
no me conformo con el vacío,
y respiro,
quisiera nombrarte y que escapes.
El grito se queda en el abismo,
tejo y edifico tu nombre en la tabla,
háblame.
No me lleves hasta el fondo.
Sangro hasta deletrear tu nombre
y enmudezco.
Lamento
Mientras los hijos duermen yo aguardo los mensajes
que repican en mi soledad.
Quiero dejar un simple rasguño que perdure en tus ojos.
Para que no se pueblen las noches de este lamento.
Dejo escapar las aves de la esperanza
y retengo en el pecho la tristeza
y el llanto no se refleja en los espejos
para reinventarme el amanecer:
animal que cruza la noche sin contratiempos.
No puedo decir buenos días,
no he dormido nada,
la fiebre de los niños arde en mis espaldas.
El dolor y el cansancio retornan a toda vela,
mis lágrimas son el rocío en la vasta tierra,
las palabras se conjugan, congelan el corazón
de quien adolece y aguarda.
No dudes entre penar y amar
Mi alma como una yedra de luz verde y escarcha
por el muro del día sube lenta a buscarte.
Federico García Lorca
¿Qué hago con estas horas cotidianas?
Pongo en espera los astros, deposito la Isla de mis miedos,
la expectativa se hunde, es una piedra atada a la duda,
voy hacia el fondo con este destierro,
¿y si estamos en el plan de Dios?
Como refugio, mi oración.
Yo, cargo el madero.
No se toca el cielo sin la sangre del poeta,
escribo en los muros tu nombre
para hacer visible mi temblor,
lleno las paredes con tu grito,
estoy solo, te canto para que no te duela mi dolor,
para que no descubran mis penas luminosas,
reinvento la casa, hago la sonrisa de nuestro carrusel,
anido en sus cantos, enciendo la ceniza,
y nadie escucha la elegía de la Patria.
Que mi tristeza sea de barro
Que el tiempo anule estos días grises
y los eche al olvido
y nunca más sus voces nos atormenten
y en años leas este libro
y solo distingas luz entre las sombras.
Que el sol envejezca con nosotros.
El trino en esta hora no se ahogue,
porque nada valgo sin ti.
Voy por el bosque humano,
lo transito solitario, oyendo voces,
hacia el Hades.
Quiero que seamos trigo,
espigas cantando al viento
y solo soy el triste en esta hora
en que los cuervos se abalanzan sobre mí.
Poemas del libro inédito Vientos en el terrado, del escritor cubano
Rafael Vilches Proenza, con ilustraciones de Ana Rosa Díaz.
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