Cuento | “Encarna”, de Ángela Reyes
Aquella tarde, cuando oyó tres golpes en su puerta, tres golpelcitos nerviosos y muy seguidos, al Mago Virutas se le puso el corazón en la boca. Despacio abrió la puerta del cuarto y, como había supuesto, se encontró frente a la dueña de la pensión que sin contemplaciones le soltó a la cara:
―Me debe tres meses de alquiler y ya no aguanto más. Haga la maleta y váyase a la calle.
―Por Dios, doña Encarna, tenga paciencia. Ahora mismo estoy ensayando un número que me va a hacer de oro.
―Joven, usted no se ríe de mí. Ya soy vieja, tiño mis canas, y me han salido más espuelas que a un gallo de pelea mexicano.
El Mago, sin perder la compostura, tomó del brazo a la patrona y tiernamente la introdujo en el cuarto, la acercó al espejo del palanganero y le preguntó:
―¿Qué ve usted ahí?
La patrona no quiso responderle. De sobra sabía lo que veía cada vez que se miraba en el espejo: una mujer madura, de rostro avinagrado, con una pizca de rencor en la mirada y otra pizca de amargura entre los labios. Todo eso, además de arrugas, entrecejo fruncido y moño cabreado.
El Mago Virutas agitó armoniosamente las manos delante del espejo; las pasó una vez y otra, como alas de paloma planeadora, y a cada movimiento, la mujer del espejo se iba haciendo más joven. Ahora un aleteo lento de golondrina y el cabello áspero y blanco se volvió negro y sedoso. Luego una caída en picado, al estilo de pelícano que se hinca en el mar en busca del pez de plata, y a la mujer le desaparecieron las ojeras que bordeaban sus ojos. Otro revuelo de colibrí azorado y la cintura de la patrona se tornó pequeña y flexible.
Doña Encarna al verse tan bella tragó saliva con trabajo y, alargando su índice reumático y seco, dijo con voz temblorosa:
―Y ésa, ¿quién es?
―Ésa es usted. Así es como la ven mis ojos ―respondió el Mago, zalamero, rozándole el oído con su aliento caliente.
La mujer salió del cuarto del Mago Virutas en silencio, totalmente transida, sin cumplir el encargo que llevaba de echarlo a la calle. Se fue pasillo adelante, pensando en que la visión tan fantástica que había tenido ante el espejo no podía ser verdad. Aquella mujer tan bella, tan joven, no era ella. Estaba segura de que el espejismo se debía a la ficción provocada por el Mago. ¡A ella, con más espuelas que un gallo de pelea mexicano, iba a engañarla!
«Pero si la joven hermosa del espejo no soy yo, que de eso estoy segura, ¿quién demonios era?», se preguntó la patrona. Y cuando llegó a su dormitorio y se puso frente a su espejo y se vio tal cual era, no le cupo la menor duda que todo había sido pura magia del Mago. Posiblemente aquel había sido el mejor número de su vida. Pero, aún así, la patrona pensó que merecía la pena seguirle el juego al Mago para ver hasta dónde llegaba.
―Claro que si quiere vivir gratis en mi casa es necesario que se esfuerce un poco más. No voy a conformarme con un aleteo de manos delante del espejo. Si realmente me ve tan bella, no le costará trabajo amarme, digo yo.
Al otro lado de la puerta, el Mago Virutas se secaba el sudor de la frente y, presintiendo con terror lo mucho malo que estaba por llegar, tomó del estante un grueso libro de magia, se sentó en la silla y se dispuso a estudiar el capítulo titulado: «Lección 12. Cómo sobrevivir a los asedios amorosos de una patrona fea, vieja y con más espuelas que un gallo de pelea mexicano»
Cuento “Encarna”, tomado del libro Cántico del alba.
Veintiuna historias femeninas (Ed. Deslinde, Madrid, 2019)
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